El primer día cayó la semilla al suelo.
Al segundo fue enterrada por el viento.
En el tercero era parte de la madre Naturaleza.
Al cuarto empezó a crecer protegida de los elementos.
Durante el quinto día se asomo un tímido brote.
Y en el sexo fue cogiendo fuerza para hacerse más alto y
fuerte.
Al séptimo día ya tenía hojas quititas para coger la luz
solar.
En el octavo día ya era todo un tallo con sus hojas y sus
sueños.
Al noveno se plateo si quería ser árbol o flor.
Y fue en el décimo día cuando decidió convertirse en una
linda flor.
Fue durante el onceavo día cuando se hizo famosa.
Y en el duodécimo sintió la soledad y empezó a pensar.
En la mañana del decimotercer día alzo la cabeza al Sol y le
preguntó:
¿Sabes
por qué estoy aquí abajo?
¿Eres
único como yo?
¿Te
sientes solo?
¿Qué
ves desde ahí arriba?
¿Hice
bien en ser flor y no árbol?
¿Tú
también tienes sueños?
¿Crees
que se cumplirán tus sueños? ¿Y los míos?
¿Qué
opinión tienes de mí?
¿Quieres
hablar?
El Sol la respondió a todas y cada una de sus preguntas con
el idioma de los astros luminiscentes; una lengua que la flor no entendía.
Fue durante la noche de decimotercer día cuando la flor decidió
preguntar a la Luna:
¿Tú
sabes hablar el idioma del Sol?
¿Estás
enfada con el Sol?
¿Por qué
eres tan pálida?
¿Estás
triste?
¿Eres
de verdad la Luna?
¿Sabes
si algún día seré feliz?
¿Crees
que una flor se puede enamorar?
¿Por
qué nos dedican tantos poemas?
¿Es porque somos famosas?
¿Quién
crees que es más hermosa? ¿Tú o yo?
¿Crees
que alguien piensa en ti?
¿Te has enamorado alguna vez?
La Luna con la paciencia de una madre respondió con
amabilidad a todas sus preguntas, pero lo hizo en la lengua de los astros
poetas y aunque la flor no lo entendía sabía en lo más hondo de su corazón la
belleza de esas palabras.
Y desde el decimocuarto día la flor preguntaba a todos que
veía las preguntas que les hizo al Sol y a la Luna, pero siempre empezaba
diciendo:
¿Tú quien eres? ¿Puedes responder a mis preguntas?