miércoles, 14 de noviembre de 2012

La niebla del olvido


El olvido es niebla.
Como un humo espeso.
Algo que ayer vimos
y que ya no vemos.
El olvido pasa
como pasa el viento
llevándose todas
las cosas que fueron.
El olvido es como
un arroyo lento
que arrastra palabras,
memorias y sueños.
El olvido es… Era.
El olvido es… Pero.
¿qué fue lo que dije?
Ya no lo recuerdo.
Carlos Muerciano

domingo, 11 de noviembre de 2012

El ogro de la caverna


Armado con una maza en una mano y un puñal en la otra me dirijo a caverna en la que vive el ogro que atormenta la vida de nuestra aldea.
Se supone que voy a matarlo pero no. No se merece la muerte.
La muerte es poco comparado con el dolor que ha causado.
Pienso hacerse lo pagar todo. Sufrirá lo mismo que ha sufrido mi pueblo durante estos veinte años. Cada abuso, cada violación, cada robo, cada asesinato, cada masacre.
Vivirá en su pútrida carne el temor causado y cuando ya no tenga esperanzas en un acto de bondad lo dejara morir desangrado mientras el veneno le destroza por dentro.
No penséis que soy cruel porque también le daré la oportunidad de salvase. Le pondré la cura contra el veneno a tan solo dos pasos de distancia pero claro para ello tendrá que hacer un sacrificio. Digamos… sus piernas. Porque como el mismo dijo en uno de sus ataques: “el que algo quiere algo le cuesta”.
He llegado a la entrada de la caverna. Es hora de que todo termine.
Como me imaginaba está dormido. Sus ronquidos suenan igual que el grito de odio de la naturaleza.
Ahí está, sobre su “cama” de pieles humanas. Qué asco me da.
Empecemos. Primero le atamos de pies y manos a las estalagmitas de la caverna. La cuerda es especial para la ocasión; cuando más se retuerza para soltarse más se la clavara en la piel. Ahora toca despertarlo y que se vea maniatado.
Su cara de odio es un poema. Su voz rota por el miedo de lo que le espera me excita. Es hora de que empiece la carnicería.
Para empezar realizare un par de cortes en las comisuras de los labios no más de un centímetro de longitud. Su sucia sangre gris se escurre por su horripilante rostro. Ahora se hace lo mismo en su cuerpo. Cortes pequeños y alargados. Perfecto. A continuación añadimos sal. Sí, sal. Para que escueza. Es un buen precalentamiento.
La caverna está envuelta por ssssshh que sale de los cortes cuando añado ácido a la piel.
Es hora de ponerse serios. Cojo mi maza y le golpeo en la entre pierna. Noto como su cuerpo es vencido por el peso y la fuerza del golpe mientras le oigo gritar con todas sus fuerzas. En ese mismo momento los cortes de los labios crecen ante la repentina apertura de boca. Ahora llegan a medio carrillo. Deliciosa sonrisa del payaso para un gran payaso.
Continúo asentando golpes por todo su cuerpo menos en la cabeza. Quiero que este consciente y sufra. Tiene todos los huesos del cuello para abajo rotos y astillados. En mas de un lugar se ve sobresalir trozos puntiagudos de hueso rojo.
Cambio el puñal por la maza y le sumerjo en el frasco de veneno. El puñal ha perdido su brillo plateado por un tono sangre opaca que delata su mortalidad.
Me dedico a apuñalar todos los lugares donde veo que no hay demasiada herida. Cuanto más grita más rápido lo hago.
Me separo y veo su cuerpo bañado en su propia sangre. Esta destrozado pero aún no ha sufrido lo suficiente.
Vuelvo a rociarlo con ácido. Amontono hierbas y paja a su alrededor para hacer una hoguera. Veo el pánico en sus ojos y me gusta. Su mirada suplica clemencia pero la mía solo quiere verle sufrir.
Lanzo una cerilla y rápidamente se prende todo. El fuego tuesta y quema todo el perfil del cuerpo. Grita y grita, me maldice mientras dirige una larga serie de improperios.
Con toda la calma del mundo me acerco a su inexistente boca y le agarro la lengua mientras con la otra mano se la corto suavemente. El veneno se introduce en su boca y por sus heridas.
El fuego se ha apagado debido a la sangre del ogro. Ya va siendo hora de terminar.
Saco el frasco del antídoto y lo pongo a dos pasos exactos del cuerpo del ogro. Le explico que si renuncia a sus piernas podrá tomar el antídoto y sobrevivir.
Me giro para dejarle abandonado a su suerte pero cambio de opinión y antes de irme le clavo el puñal entre la piernas y le rocío con el resto del veneno.
Me marcho mientras le ogro no para gritar de puro dolor. Ese veneno lo que hace es dilatar las venas mientras deshace las células del cuerpo.
Estoy a tan solo diez pasos de la salida. Nada mas girar la curva. No me sorprende que no vea luz porque lo mas probable es que sea ya noche cerrada.
Acelero el paso. Al girar la esquina me quedo de piedra. La salida está bloqueada. Al parecer los gritos del ogro han hecho que el techo se derrumbe.
Vuelvo sobre mis pasos para coger la maza y poder salir pero cuando llego donde el ogro veo que no está. Solo yacen sus piernas en el suelo.
Solo me tiempo para girarme y ver como se abalanza sobre mí con la cara desfigurada por los cortes y el ácido. Me lo quito de encima no sin antes recibir un par de buenos mordiscos.
Sin querer lo he lanzado contra el antídoto. Se lo bebe rápidamente deseoso de cobrarse su venganza pero no tarde en descubrir que algo va mal. El antídoto en realidad era otro veneno mas poderoso.
Este último ataca a al sistema nervioso haciendo que crear que te quemas o te cortas pero sin ser verdad, y lo mejor de todo es que no permite al cuerpo quedarse inconsciente.
No tarda en morir a causa de los venenos y las heridas provocadas; lo malo es que en su mordisco he sido infectado por el veneno también y no tardaré en morir. Me da el tiempo justo para escribir esto que estás leyendo ahora mismo y para aprender una gran lección aunque un poco tarde.
“La venganza nunca merece la pena”

sábado, 10 de noviembre de 2012

El árbol de los problemas


Un día conocía  un hombre que siempre estaba sonriente y feliz. No parecía tener ningún tipo preocupación en su atareada vida. Porque tenía una vida muy atareada; no paraba entre sus tres trabajos como dependiente de una tienda de artículos para decorar por la mañana, como guardia de seguridad de un gran centro comercial por la tarde, y como propietario y camarero de un bar de copas por la noche.
Era un hombre normal, ni feo ni guapo, normal. Tenía un aspecto acorde a su edad y una salud igual. Con un nombre normal y un apellido normal. Tenía una mujer normal de aspecto normal, nombre normal con su correspondiente apellido normal. Vivían en un matrimonio feliz y normal, discutían lo normal y por cosas normales. Vivían una vida normal con sus dos hijos normales; una niña normal con nombre normal e infancia normal y un pequeño chico normal de nombre también normal.
Salía de su casa a las 7 de la mañana tras haber besado a su mujer, y arropado a sus hijos que aun dormían en la cama. Desayuna, recoge la cocina y marcha a su ocupada vida. Aún así es muy feliz, dichosamente feliz. Su matrimonio va bien, sus hijos son felices y le quieren. Tiene un nivel de vida bastante bueno. Es una familia feliz de anuncio.
Tienen una casa a casi las afueras de la ciudad. Era de dos pisos con jardín delantero y trasero; en el trasero tenía unos columpios para que jugasen sus hijos y un pequeño cenador entre dos cerezos. Un césped cuidado y flores hermosas. El delantero era solo césped exceptuando un árbol extraño que había cerca de la entrada.
Era robusto y majestuoso y en mi vida como viajero nunca había visto ni volví a ver. Era un árbol único tanto en forma como color y tamaño. No es os imagináis porque es imposible describirlo con detalle, pero ese árbol era el secreto de la felicidad del hombre y su familia.
Todo fue al poco de llegar a su ciudad. Entré en la tienda en que trabajaba por la mañana a comprar una pequeña jaula de madera. En un principio no me llamo la atención, era un empleado normal con una vida normal. A la tarde fui, curiosamente, al mismo centro comercial en el que trabajaba. Entonces me sonó vagamente su cara pero no en exceso, pero cuando fui a preguntarle por la sección de jardinería si supe que era el mismo. “Que trabajador es este hombre” pensé, pero no sospechaba hasta que punto lo era. Compré los geranios que necesitaba y pasé la tarde allí. Al caer la noche salí y me fui a tomar algo a un bar que había a unos 30 minutos del centro comercial. El bar daba a un amplio parque a travesado por un pequeño arroyo; en mitad de la noche parecía sacado de un cuento de hadas. Allí capturaría mi estrella. Entre en un bar con un pequeño letrero que decía “Clover”, siendo la o un trébol de cuatro hojas. Era un sitio amplio y ordenado, se oía una suave jazz de fondo. Se veía todo el bar bien a pesar de estar poco iluminado; me acerque a la barra y le pedí al camarero, que estaba de espaldas, una lluvia de estrellas (uno de los combinados más complicados que existen). Inmediatamente se puso hacerlo mientras terminaba de mirar el bar. Cuando termino y me coloco el vaso frente a mi pude ver su cara y, esta vez sí, le reconocí. Era el mismo hombre que él de la tienda y el mismo que él del centro comercial. Seguía rebosante de energía y con su sonrisa en la cara. No había ningún rastro de cansancio en su rostro. No pude contenerme y le pregunté cómo era posible que tuviera tres trabajos y siguiese lleno de vida.
Me conto que la tienda era de su mujer que estaba de baja por la maternidad y no se podía permitir cerrar la tienda durante tres meses. El centro comercial era su hobby (¿quién tiene de hobby trabajar de guardia de seguridad?) porque le permitía andar, conocer gente y pensar en sus cosas, y que, finalmente, este era su bar. Lo había abierto hace cuatro años y el negocio le iba viento en popa. Entonces me preguntó por qué me había pasado el día en la calle.
Le conté que era un viajero y estaba tras una estrella que confiaba que aparecería en esta ciudad.
Me resulto muy extraño cuando en vez de mirarme como un loco sonrío y me preguntó si tenía donde pasar la noche, le dije que no. Con una amplia sonrisa dijo “pues te quedas en mi casa”. No me dio tiempo siquiera a replicar o declinar su oferta.
Esa noche no apareció mi estrella pero me la pase hablando con aquel increíble hombre. Descubrí que no se creía nadie especial; simplemente se había esforzado por cumplir sus sueños. También me contó que el también perseguía una estrella pero que la alcanzo cuando conoció a su esposa.
Al día siguiente el hombre me invito a pasar con él el día hasta que llegara a la noche y pudiese atrapar mi estrella. Fue un día largo y agotador, no sé cómo podía seguir ese ritmo de vida. Al llegar la noche a duras penas podía mantenerme en pie.
Volvíamos a estar en el bar. Empezamos a hablar sobre el día y me contó que su truco para poder afrontar ese ritmo residía en tomarse lo todo con buen humor y en el árbol plantado frente su casa.
Esa noche tampoco vi a mi estrella.
Decidí pasar los días con aquella familia tan normal y feliz, y seguir su ritmo de vida. Probé a hacer lo mismo que él, sonreír a todo. Y funcionaba, todo era más fácil. No costaba tanto seguir esa vida pero aún así sí que terminaba cansado pero no cansancio del trabajo si no por los problemas que surgen en el día a día.
Pasaron muchos días hasta que una noche pude atrapar por fin a mi estrella. Iba a ser la última noche que pasaba con esa familia. Me daba un poco de pena despedirme de ellos.
Esa noche le pregunte al hombre cuando llegamos a casa porque se paraba siempre frente al árbol y dejaba lo que parecía ser un abrigo o una chaqueta invisible. Parecía pesar ese aire que se quitaba. Me dijo que eso eran todos sus problemas. Se los quitaba todas las noches y los dejaba en el árbol y a la mañana siguiente los volvía a coger. Porque así los problemas se volvían más pequeños.
En realidad no se reducían, me comento el hombre. Lo que realmente pasaba es que cuando se liberaba de sus preocupaciones y las dejaba en el árbol y a la mañana siguiente las recogía ya no le parecían tan graves ni tan serias. El verlas todos los días con una ilusión renovada le ayudaba a hacerlos frente.
Me contó que aquel árbol es en realidad dos. El día que pidió matrimonio a su mujer se regalaron cada uno un árbol que le recordase a otro. Los plantaron en la casa uno al lado de otro pero a la mañana siguiente no estaba ninguno de los dos, estaba el árbol que teníamos ahora frente a nosotros. Me dijo que ese era el árbol de su familia, él que les protegía y cuidaba de todos los males del exterior.
Cuando hablaba del árbol lo hacía con orgullo y cariño, pero en su voz se podía notar un ligero matiz de tristeza.
Fue entonces cuando me confesó que el árbol estaba enfermo. Se moría ante su propia soledad.
Había nacido del amor canalizado por ellos a los árboles pero ahora necesitaba alguien a quien amar el mismo. Un ser que fuese solo para el árbol como lo era para él su mujer.
Me pasé la noche dando vueltas a lo que me había dicho el hombre mientras me iluminada la luz de mi estrella.
A media noche me marche dejándolos una nota dándoles las gracias y diciéndoles que haría cualquier cosa por perdurar su felicidad.
Cuando el hombre al día siguiente, cuando fue a recoger sus problemas, se quedo sorprendido de ver el árbol lleno de vida. Sus ramas estaban llenas de unas flores de incalculable belleza que parecían brillar con la luz de una estrella.
A los pies del árbol descansaba el cuerpo inerte del geranio y la jaula vacía de mi estrella. En la base de la jaula estaba dibujado un corazón en el que salían la estrella y el árbol.
Al final no era mi estrella sino la de aquel árbol.
Fue así como el árbol encontró a su único amor y pudo seguir aportando felicidad a esa familia normal.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Consejos del anciano del bosque


Crecen las flores en el campo
Crecen hermosas y perfumadas
Mas recuerda, pequeño, nunca escuches sus palabras
Porque, como bien sabes, sus palabras y su voz te consumirán
Hasta quedar reducido a un cascarón vacio
Sin alma… sin corazón
Por eso te digo:
”nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirar y aspirar su aroma”