sábado, 10 de noviembre de 2012

El árbol de los problemas


Un día conocía  un hombre que siempre estaba sonriente y feliz. No parecía tener ningún tipo preocupación en su atareada vida. Porque tenía una vida muy atareada; no paraba entre sus tres trabajos como dependiente de una tienda de artículos para decorar por la mañana, como guardia de seguridad de un gran centro comercial por la tarde, y como propietario y camarero de un bar de copas por la noche.
Era un hombre normal, ni feo ni guapo, normal. Tenía un aspecto acorde a su edad y una salud igual. Con un nombre normal y un apellido normal. Tenía una mujer normal de aspecto normal, nombre normal con su correspondiente apellido normal. Vivían en un matrimonio feliz y normal, discutían lo normal y por cosas normales. Vivían una vida normal con sus dos hijos normales; una niña normal con nombre normal e infancia normal y un pequeño chico normal de nombre también normal.
Salía de su casa a las 7 de la mañana tras haber besado a su mujer, y arropado a sus hijos que aun dormían en la cama. Desayuna, recoge la cocina y marcha a su ocupada vida. Aún así es muy feliz, dichosamente feliz. Su matrimonio va bien, sus hijos son felices y le quieren. Tiene un nivel de vida bastante bueno. Es una familia feliz de anuncio.
Tienen una casa a casi las afueras de la ciudad. Era de dos pisos con jardín delantero y trasero; en el trasero tenía unos columpios para que jugasen sus hijos y un pequeño cenador entre dos cerezos. Un césped cuidado y flores hermosas. El delantero era solo césped exceptuando un árbol extraño que había cerca de la entrada.
Era robusto y majestuoso y en mi vida como viajero nunca había visto ni volví a ver. Era un árbol único tanto en forma como color y tamaño. No es os imagináis porque es imposible describirlo con detalle, pero ese árbol era el secreto de la felicidad del hombre y su familia.
Todo fue al poco de llegar a su ciudad. Entré en la tienda en que trabajaba por la mañana a comprar una pequeña jaula de madera. En un principio no me llamo la atención, era un empleado normal con una vida normal. A la tarde fui, curiosamente, al mismo centro comercial en el que trabajaba. Entonces me sonó vagamente su cara pero no en exceso, pero cuando fui a preguntarle por la sección de jardinería si supe que era el mismo. “Que trabajador es este hombre” pensé, pero no sospechaba hasta que punto lo era. Compré los geranios que necesitaba y pasé la tarde allí. Al caer la noche salí y me fui a tomar algo a un bar que había a unos 30 minutos del centro comercial. El bar daba a un amplio parque a travesado por un pequeño arroyo; en mitad de la noche parecía sacado de un cuento de hadas. Allí capturaría mi estrella. Entre en un bar con un pequeño letrero que decía “Clover”, siendo la o un trébol de cuatro hojas. Era un sitio amplio y ordenado, se oía una suave jazz de fondo. Se veía todo el bar bien a pesar de estar poco iluminado; me acerque a la barra y le pedí al camarero, que estaba de espaldas, una lluvia de estrellas (uno de los combinados más complicados que existen). Inmediatamente se puso hacerlo mientras terminaba de mirar el bar. Cuando termino y me coloco el vaso frente a mi pude ver su cara y, esta vez sí, le reconocí. Era el mismo hombre que él de la tienda y el mismo que él del centro comercial. Seguía rebosante de energía y con su sonrisa en la cara. No había ningún rastro de cansancio en su rostro. No pude contenerme y le pregunté cómo era posible que tuviera tres trabajos y siguiese lleno de vida.
Me conto que la tienda era de su mujer que estaba de baja por la maternidad y no se podía permitir cerrar la tienda durante tres meses. El centro comercial era su hobby (¿quién tiene de hobby trabajar de guardia de seguridad?) porque le permitía andar, conocer gente y pensar en sus cosas, y que, finalmente, este era su bar. Lo había abierto hace cuatro años y el negocio le iba viento en popa. Entonces me preguntó por qué me había pasado el día en la calle.
Le conté que era un viajero y estaba tras una estrella que confiaba que aparecería en esta ciudad.
Me resulto muy extraño cuando en vez de mirarme como un loco sonrío y me preguntó si tenía donde pasar la noche, le dije que no. Con una amplia sonrisa dijo “pues te quedas en mi casa”. No me dio tiempo siquiera a replicar o declinar su oferta.
Esa noche no apareció mi estrella pero me la pase hablando con aquel increíble hombre. Descubrí que no se creía nadie especial; simplemente se había esforzado por cumplir sus sueños. También me contó que el también perseguía una estrella pero que la alcanzo cuando conoció a su esposa.
Al día siguiente el hombre me invito a pasar con él el día hasta que llegara a la noche y pudiese atrapar mi estrella. Fue un día largo y agotador, no sé cómo podía seguir ese ritmo de vida. Al llegar la noche a duras penas podía mantenerme en pie.
Volvíamos a estar en el bar. Empezamos a hablar sobre el día y me contó que su truco para poder afrontar ese ritmo residía en tomarse lo todo con buen humor y en el árbol plantado frente su casa.
Esa noche tampoco vi a mi estrella.
Decidí pasar los días con aquella familia tan normal y feliz, y seguir su ritmo de vida. Probé a hacer lo mismo que él, sonreír a todo. Y funcionaba, todo era más fácil. No costaba tanto seguir esa vida pero aún así sí que terminaba cansado pero no cansancio del trabajo si no por los problemas que surgen en el día a día.
Pasaron muchos días hasta que una noche pude atrapar por fin a mi estrella. Iba a ser la última noche que pasaba con esa familia. Me daba un poco de pena despedirme de ellos.
Esa noche le pregunte al hombre cuando llegamos a casa porque se paraba siempre frente al árbol y dejaba lo que parecía ser un abrigo o una chaqueta invisible. Parecía pesar ese aire que se quitaba. Me dijo que eso eran todos sus problemas. Se los quitaba todas las noches y los dejaba en el árbol y a la mañana siguiente los volvía a coger. Porque así los problemas se volvían más pequeños.
En realidad no se reducían, me comento el hombre. Lo que realmente pasaba es que cuando se liberaba de sus preocupaciones y las dejaba en el árbol y a la mañana siguiente las recogía ya no le parecían tan graves ni tan serias. El verlas todos los días con una ilusión renovada le ayudaba a hacerlos frente.
Me contó que aquel árbol es en realidad dos. El día que pidió matrimonio a su mujer se regalaron cada uno un árbol que le recordase a otro. Los plantaron en la casa uno al lado de otro pero a la mañana siguiente no estaba ninguno de los dos, estaba el árbol que teníamos ahora frente a nosotros. Me dijo que ese era el árbol de su familia, él que les protegía y cuidaba de todos los males del exterior.
Cuando hablaba del árbol lo hacía con orgullo y cariño, pero en su voz se podía notar un ligero matiz de tristeza.
Fue entonces cuando me confesó que el árbol estaba enfermo. Se moría ante su propia soledad.
Había nacido del amor canalizado por ellos a los árboles pero ahora necesitaba alguien a quien amar el mismo. Un ser que fuese solo para el árbol como lo era para él su mujer.
Me pasé la noche dando vueltas a lo que me había dicho el hombre mientras me iluminada la luz de mi estrella.
A media noche me marche dejándolos una nota dándoles las gracias y diciéndoles que haría cualquier cosa por perdurar su felicidad.
Cuando el hombre al día siguiente, cuando fue a recoger sus problemas, se quedo sorprendido de ver el árbol lleno de vida. Sus ramas estaban llenas de unas flores de incalculable belleza que parecían brillar con la luz de una estrella.
A los pies del árbol descansaba el cuerpo inerte del geranio y la jaula vacía de mi estrella. En la base de la jaula estaba dibujado un corazón en el que salían la estrella y el árbol.
Al final no era mi estrella sino la de aquel árbol.
Fue así como el árbol encontró a su único amor y pudo seguir aportando felicidad a esa familia normal.

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