Hubo una vez un Rey que se sentía
solo. Era el Rey, eso nadie se lo podía negar, pero ninguna otra figura se
comparaba con su valor.
No tenía a nadie más con quien
hablar, no podía seguir los movimientos de los demás. Veía desde su trono a las
Reinas recorrerse el tablero con agiles movimientos, las Torres avanzaban con
paso firme y decidido, los Caballos y los Alfiles se movían con libertad
haciendo jugadas casi imposibles, incluso los Peones que casi no tiene valor
eran felices en su mundo bicolor.
Las Reinas también eran
solitarias pero gozaban de libertad de movimiento; incluso, de vez en cuando
algún Peón conseguía llegar a Reina y ya se hacía compañía. Pero nadie, nunca,
jamás llegaba a Rey. No se podía, era la ley.
Era el precio a pagar por ser la
figura de más valor. La soledad.
El Rey no quería esto; al menos
quería poder moverse, seguir a los demás por el tablero y jugar con ellos. Así
fue como el Rey dejo de ser Rey y se convirtió en Reina. Cedió su puesto a la Reina
más anciana que ya estaba aburrida de correr de un lado para otro como una
loca.
Fue feliz siendo Reina; podía
correr, avanzar casi de cualquier forma y lo mejor era que de vez en cuando
aparecía otra Reina para hacerla compañía, pero no duraba mucho.
Cuando se encontraba con otra
eran momentos de felicidad absoluta pero sin saber cómo siempre se acababa
quedando sola. Las otras Reinas desaparecían. De hecho juraría que las veía
otra vez convertidas en Peones, Alfiles, Caballos o Torres.
Se decía a si misma que eran
imaginaciones suyas. Ser Reina era lo mejor. Tienes un gran valor y casi total
libertad de movimientos. ¿Qué hay mejor que esto? Nada.
Llego un momento en la que yo no
podía disfrutar de la compañía de otras Reinas. Sabía que la iban a abandonar
como habían hecho todas las anteriores. Pero quería saber el porqué. NECESITABA
saber por qué la abandonaban.
Ya no pudo más tuvo que
preguntar, y la repuesta la sorprendió. Las Reinas eran felices siendo Reinas
pero eran más felices estando con sus parejas, con todos los amigos y amigas
que habían hecho hasta llegar a Reinas, por eso siempre volvían atrás.
La Reina nunca se había plateado
la amistad fuera de su valor y mucho menos el amor; para ser sinceros como Rey
no sabía que existieran tales cosas en el mundo.
Dedicó muchas jugadas a pensar en
ello y a observar a las demás piezas del tablero.
Se dio cuenta que desde hacía un
par de jugadas sentía una curiosidad por una Torre en particular.
A primera vista era como todas
las demás; alta, firme, segura de sí misma y muy decidida. Pero esa Torre en
particular era divertida. A pesar de solo poder moverse en cruz hacia unos
movimientos increíbles, era alocada e independiente.
Empezó a hablar con la Torre.
Descubrió que era muy inteligente y divertida. Era muy ocurrente y tenía un
puntillo de irreverente que le despertaba un cosquilleo en la base muy
agradable.
Con el tiempo descubrió que amaba
a esa Torre.
La Torre la correspondía pero una
relación con tanto valor de diferencia no podría terminar saliendo bien. La Torre
no iba a aumentar su valor, ya que eso implicaría perder esa libertad que tanto
amaba. La Reina deseosa de poder estar con su Torre bajo una vez más de rango. Paso
de Reina a Torre.
Ahora Torre y Torre podían amarse
en igualdad de condiciones. Ambas jugaban al mismo nivel; pero no duraría mucho
su felicidad.
Al tiempo la Torre bajo a Caballo.
Quería poder moverse de otra forma, hacer movimientos inesperados. La Torre
estaba triste, su Torre se había ido Caballo y ya no podrían jugar al mismo
nivel. La Torre estaba destrozada, ya pensaba que no tenía oportunidad de nada
cuando su antigua Torre, Caballo ahora, la demostró que la seguía amando, la
demostró que aunque juegan a distinto nivel podían seguir amándose.
Durante mucho tiempo fueron
felices pero poco a poco la diferencia de valor empezó a ser demasiado. Empezaron
con pequeñas riñas; pensaron que eran roces ya que siempre terminaban solucionándose
pero solo fue cuestión de tiempo que cada vez discutirán más y más. La Torre
sabía cuál era la solución. Bajar a Alfil, tenía el mismo valor que el Caballo.
Su relación volvió a funcionar, volvían a ser felices.
El Alfil era feliz con su Caballo
pero no podía evitar recordar cuando era Rey o Reina; por un lado echaba de menos el
valor que tenía y el poder que conllevaba pero era muy feliz con su Caballo. Merecía
la pena haber sacrificado tanto para tener un amor tan puro.
Al Alfil le costó mucho
acostumbrarse mucho a esa nueva posición pero se terminó adaptando. Aprendió a
ser feliz como Alfil con su Caballo. Pero la felicidad no duró mucho, por
alguna razón desconocida todo el tablero tenía tendencia a bajar de nivel, ya
no había casi Alfiles ni Caballos, Torres sobrevivían dos y a duras penas,
había una sola Reina y un Rey. Siempre habrá un Rey al menos. Era irónico pero
la idea que tuvo cuando era Rey era que las figuras ascendiesen en vez de bajar,
llegar todos a Reyes y Reinas.
Solo fue cuestión de tiempo que
su Caballo quisiera ser Peón. No hay nada de malo en ser Peón pero son simples
y sin apenas objetivos. ¿Por qué una Torre ha terminado siendo Peón? ¿Qué ha
fallado?
El Alfil estaba desconsolado. Su amor
se volvía a ir y volverían a tener problemas. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a ser Alfil
tras haber renunciado a casi todo o recuperar su posición?
Su, ahora, Peón estaba esperando
una respuesta. Él quería seguir con su Alfil pero no era consciente de todo lo
que había sacrificado para llegar hasta allí.
El Alfil lo había decidido ya,
sabía que camino iba a tomar pero era aquello que debería haber hecho desde el
principio; pero antes de seguir su camino solo se limitó a decir:
“Jaque mate”