domingo, 3 de noviembre de 2013

Jaque mate

Hubo una vez un Rey que se sentía solo. Era el Rey, eso nadie se lo podía negar, pero ninguna otra figura se comparaba con su valor.
No tenía a nadie más con quien hablar, no podía seguir los movimientos de los demás. Veía desde su trono a las Reinas recorrerse el tablero con agiles movimientos, las Torres avanzaban con paso firme y decidido, los Caballos y los Alfiles se movían con libertad haciendo jugadas casi imposibles, incluso los Peones que casi no tiene valor eran felices en su mundo bicolor.
Las Reinas también eran solitarias pero gozaban de libertad de movimiento; incluso, de vez en cuando algún Peón conseguía llegar a Reina y ya se hacía compañía. Pero nadie, nunca, jamás llegaba a Rey. No se podía, era la ley.
Era el precio a pagar por ser la figura de más valor. La soledad.
El Rey no quería esto; al menos quería poder moverse, seguir a los demás por el tablero y jugar con ellos. Así fue como el Rey dejo de ser Rey y se convirtió en Reina. Cedió su puesto a la Reina más anciana que ya estaba aburrida de correr de un lado para otro como una loca.
Fue feliz siendo Reina; podía correr, avanzar casi de cualquier forma y lo mejor era que de vez en cuando aparecía otra Reina para hacerla compañía, pero no duraba mucho.
Cuando se encontraba con otra eran momentos de felicidad absoluta pero sin saber cómo siempre se acababa quedando sola. Las otras Reinas desaparecían. De hecho juraría que las veía otra vez convertidas en Peones, Alfiles, Caballos o Torres.
Se decía a si misma que eran imaginaciones suyas. Ser Reina era lo mejor. Tienes un gran valor y casi total libertad de movimientos. ¿Qué hay mejor que esto? Nada.
Llego un momento en la que yo no podía disfrutar de la compañía de otras Reinas. Sabía que la iban a abandonar como habían hecho todas las anteriores. Pero quería saber el porqué. NECESITABA saber por qué la abandonaban.
Ya no pudo más tuvo que preguntar, y la repuesta la sorprendió. Las Reinas eran felices siendo Reinas pero eran más felices estando con sus parejas, con todos los amigos y amigas que habían hecho hasta llegar a Reinas, por eso siempre volvían atrás.
La Reina nunca se había plateado la amistad fuera de su valor y mucho menos el amor; para ser sinceros como Rey no sabía que existieran tales cosas en el mundo.
Dedicó muchas jugadas a pensar en ello y a observar a las demás piezas del tablero.
Se dio cuenta que desde hacía un par de jugadas sentía una curiosidad por una Torre en particular.
A primera vista era como todas las demás; alta, firme, segura de sí misma y muy decidida. Pero esa Torre en particular era divertida. A pesar de solo poder moverse en cruz hacia unos movimientos increíbles, era alocada e independiente.
Empezó a hablar con la Torre. Descubrió que era muy inteligente y divertida. Era muy ocurrente y tenía un puntillo de irreverente que le despertaba un cosquilleo en la base muy agradable.
Con el tiempo descubrió que amaba a esa Torre.
La Torre la correspondía pero una relación con tanto valor de diferencia no podría terminar saliendo bien. La Torre no iba a aumentar su valor, ya que eso implicaría perder esa libertad que tanto amaba. La Reina deseosa de poder estar con su Torre bajo una vez más de rango. Paso de Reina a Torre.
Ahora Torre y Torre podían amarse en igualdad de condiciones. Ambas jugaban al mismo nivel; pero no duraría mucho su felicidad.
Al tiempo la Torre bajo a Caballo. Quería poder moverse de otra forma, hacer movimientos inesperados. La Torre estaba triste, su Torre se había ido Caballo y ya no podrían jugar al mismo nivel. La Torre estaba destrozada, ya pensaba que no tenía oportunidad de nada cuando su antigua Torre, Caballo ahora, la demostró que la seguía amando, la demostró que aunque juegan a distinto nivel podían seguir amándose.
Durante mucho tiempo fueron felices pero poco a poco la diferencia de valor empezó a ser demasiado. Empezaron con pequeñas riñas; pensaron que eran roces ya que siempre terminaban solucionándose pero solo fue cuestión de tiempo que cada vez discutirán más y más. La Torre sabía cuál era la solución. Bajar a Alfil, tenía el mismo valor que el Caballo. Su relación volvió a funcionar, volvían a ser felices.
El Alfil era feliz con su Caballo pero no podía evitar recordar cuando era Rey o Reina; por un lado echaba de menos el valor que tenía y el poder que conllevaba pero era muy feliz con su Caballo. Merecía la pena haber sacrificado tanto para tener un amor tan puro.
Al Alfil le costó mucho acostumbrarse mucho a esa nueva posición pero se terminó adaptando. Aprendió a ser feliz como Alfil con su Caballo. Pero la felicidad no duró mucho, por alguna razón desconocida todo el tablero tenía tendencia a bajar de nivel, ya no había casi Alfiles ni Caballos, Torres sobrevivían dos y a duras penas, había una sola Reina y un Rey. Siempre habrá un Rey al menos. Era irónico pero la idea que tuvo cuando era Rey era que las figuras ascendiesen en vez de bajar, llegar todos a Reyes y Reinas.
Solo fue cuestión de tiempo que su Caballo quisiera ser Peón. No hay nada de malo en ser Peón pero son simples y sin apenas objetivos. ¿Por qué una Torre ha terminado siendo Peón? ¿Qué ha fallado?
El Alfil estaba desconsolado. Su amor se volvía a ir y volverían a tener problemas. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a ser Alfil tras haber renunciado a casi todo o recuperar su posición?
Su, ahora, Peón estaba esperando una respuesta. Él quería seguir con su Alfil pero no era consciente de todo lo que había sacrificado para llegar hasta allí.
El Alfil lo había decidido ya, sabía que camino iba a tomar pero era aquello que debería haber hecho desde el principio; pero antes de seguir su camino solo se limitó a decir:

“Jaque mate”

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