Era una noche sin Luna, el Ángel
de Nada contemplaba las estrellas mientras sus pensamiento se expandían a su alrededor.
La Oscuridad se acercó a él, era una amiga fiel y siempre volvía cuando ya no
le quedaba Nada. La Locura se acercaba desde la base de la colina.
Juntos, la Nada, la Locura y la Oscuridad,
se quedaron mirando las estrellas. La Oscuridad levantó un brazo haciendo un
amago de abrazar al Ángel pero con un ligero movimiento de sus alas lo rechazó,
en estos momentos solo la Soledad podría tocarle.
La noche fue transcurriendo sin
que ninguno de los tres dijera Nada; poco a poco empezó a amanecer, la Oscuridad
entró en la sombra del Ángel pero la Locura seguía donde siempre. Ya había
amanecido cuando el Ángel dijo:
-¿Y tú?-
La Locura como respuesta sonrió,
era una sonrisa hermosa, o lo sería para alguien que estuviera demente, y se
desvaneció como si nunca hubiera existido aunque el Ángel sabía que en realidad
había vuelto a casa. Se puso la mano en el pecho y la sintió latiendo en su
interior llena de energía y gritando incoherencias con su voz de niña.
Había amanecido y era hora de
marchar. El Ángel se levantó y dio la espalda al Sol, entendió sus alas,
levantó la cabeza y entonces la vio. La Soledad se alzaba frente a él, pálida, con
su largo vestido blanco manchado de sangre. Echo a andar en dirección del Ángel,
tenía las manos a la espalda y su avance firme aunque su paso tambaleara; el Ángel
extendió los brazos para recibir a su vieja amiga.
Cuando estaban uno en frente del
otro el Ángel adelanto un paso y la abrazó acercándosela al pecho; la Soledad sintió
en su interior la Locura y como la Oscuridad le rodeaba, ya solo faltaba ella. De
su espalda sacó una pequeña daga con la que apuñaló al Ángel en su corazón, se
recostó sobre él y le susurro lentamente y con la voz cargada de dolor:
-Nos volvemos a ver una vez más, Ángel
de Nada. ¿Por cuánto tiempo será está vez o ya has aprendido la lección?-
Terminó de decir esto y la Soledad
se hizo sangre y cayó sobre el Ángel, a través de la herida que le causo entró
en él formando a pasar parte de su ser. El Ángel se sacó la daga y la guardó,
en ese instante su herida empezó a cerrarse, extendió aún más las alas, echo la
cabeza para atrás y susurró:
-Ya volvemos a estar todos juntos-
Alzó el vuelo y se alejó por el
horizonte aún ensombrecido.