Un día Juan iba por delante de una floristería cuando vio
un bonsái muy extraño, era pequeño para ser un bonsái y tenía la madera de
color blanco y las hojas azules; como le encantaban las plantas se lo compro
sin dudarlo.
Antes de salir de la tienda el dependiente le dijo que
ese era una bonsái especial que no se regaba con agua ni nada similar sino con
acciones desinteresadas ya que era el árbol de los favores, que si quería que
creciera fuerte tendría que hacer favores enormes a los demás pidiendo a cambio
que ellos hicieran otros favores a otras personas. Juan pensó que lo decía de
broma así que no le hizo caso y siguió con su vida totalmente normal.
Todos los días a Juan se le presentaban varias
oportunidades hacer una favor a alguien pero el siempre preguntaba que
beneficio sacaba de ello y si no le gustaba no los hacía, este comportamiento
hacia que el bonsái enfermara y muriera lentamente. Cada día que pasaba estaba
peor, su madera ya no era blanca sino negra y fea y sus hojas azules se volvían
grises y sucias. Juan preocupado volvió a la floristería donde lo compro para
saber que le pasaba y el dependiente le dijo lo mismo de la otra vez sólo que
esta vez añadió que si no se daba prisa el próximo en enfermar sería él porque
al bonsái a cambio de su belleza solo pide que se hagan favores a lo demás y
quien no lo cumple enferma igual que él.
Juan no daba crédito a lo que oía un árbol que se
alimenta de favores y si no haces favores te hace enfermar. ¡Es ridículo! Y se
fue de la tienda cerrando con un portazo.
Con el pasó de los días el bonsái empeoro y la salud de Juan
con él; había a médicos y curanderos y nadie sabía decirle que le pasaba;
puesto que cada vez estaba peor decidió intentar lo que le dijo el dependiente,
lo de ayudar a alguien esperando que a cambio esa persona ayude a otros.
Empezó por ayudar a una vecina suya que era mayor y vivía
sola con las bolsas de la compra, la mujer agradecida por la ayuda de Juan
decidió quitar la comida de las pájaros del balcón haciendo que las palomas ya
no fueran allí a comer y manchara la ropa de la vecina de abajo, quien
agradecida le compro un bozal a su perro para que no ladra por la noche. Juan
no sabía la reacción que había causado su buena obra pero si sabía que estaba mejor
y su bonsái también.
Siguió haciendo favores a la gente y cada vez más y más
grandes y cuando le preguntaban como agradecérselo él solo decía: mi bonsái es
todo el agradecimiento que necesito así que a quien se lo tienes que agradecer
es a él y la única forma que conozco es que hagas favores a mucha gente, y de
forma desinteresada.
Con el tiempo el bonsái dejo de ser un árbol enano para hacerse gigantesco. Ahora se blanca madera y sus hojas azules dan sombra en la plaza de la amabilidad construida en honor del difunto Juan y la eterna cadena de favores que aún perdura hasta nuestros días.
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