Hace mucho tiempo en un pequeño
país ya olvidado existía un hombre que siempre era feliz. Nadia sabía cuál era
su verdadero nombre ni quiénes eran sus padres o dónde había nacido. Solo sabían
que siempre estaba sonriente y que siempre alegraría el día a quien estuviera
mal; así se le empezó a llamar Hombre-feliz.
Hombre-feliz era querido por
todos; no solo por su alegría sino porque siempre estaba dispuesto a ayudar en
todo lo que hiciera falta. Podía levantar grandes cargas pues era un hombre
fuerte y musculoso; podía correr tras las ovejas que se perdían puesto que era
rápido como el viento; podía nadar contra los rápidos con sus poderosos brazos
para conseguir los mejores salmones; podía escribir las más hermosas canciones
y tocarlas puesto que tenía un don para el arte y la música; y podía enseñar a
leer y a escribir a los niños ya que era muy inteligente. A pesar de saber
hacer todo esto y de que era querido por todos solo tenía una persona a la que él
consideraba su amigo. Era un chico ciego y enfermizo, demasiado débil y
chiquito como para poder sobrevivir él solo, pero tenía una imaginación insuperable,
así que todos los días le contaba una historia distinta al Hombre-feliz para
dormir.
Todos eran felices en el país
donde vivía Hombre-feliz hasta que en
invierno su pequeño amigo enfermo. Había adquirido una enfermedad desconocida
para el médico del país y termino muriendo. Durante su enfermedad Hombre-feliz
seguida igual de radiante para que la gente no se deprimiera y no deprimieran a
su amiguito. Incluso cuando el niño exhalo su último aliento en los brazos de
su amigo no dejo de sonreír. Por un instante Hombre-feliz enterró su rostro en
el cuerpo de su difunto amigo y todos pensaron que estaría llorando ante la pérdida
de su único amigo; pero nada más lejos de la realidad, estaba riendo, cuando
levanto la cabeza se estaba partiendo de risa. Era más feliz que nunca. A raíz
de aquello la gente empezó a evitarlo porque no se creían de que su hubiera alegrado de la muerte de su amigo; lo
consideraban monstruoso.
Un día una anciana pregunto a Hombre-feliz
porque no había llorado la muerte de su amigo, acaso no le había dolido qué
muriera. Hombre-feliz la respondió:
- Claro que me ha dolido, y
mucho.-
- ¿Entonces por qué no lloras su
muerte? ¿Por qué sigues tan feliz?- insistió la anciana.
-Porque es un dolor
insignificante. Verá yo vengo de otro país. Allí cada vez que nace un niño se
le hace matar a toda su familia y cumplir la última voluntad de su madre. Mi
madre me hizo jurar antes de que terminara de estrangularla que siempre que
algo me doliera a no ser que fuera un dolor mayor que el de matar a toda tu
familia tenía que sonreír y ser feliz. Por eso no lloro; tapo el dolor de su
muerte con la de mi familia y sigo siendo feliz.- dijo Hombre-feliz con una
gran sonrisa en la cara.
La anciana aterrada se alejo de Hombre-feliz
para no volver a hablarle nunca más. La historia de Hombre-feliz no tardo en
extenderse haciendo que la gente lo repudiara. Todos menos un niño que había
perdido la movilidad de su cuerpo al nacer. La gente le preguntaba por qué iba
con ese monstruo a lo que él respondía:
- ¿Qué más dará lo que hiciera? A
mí lo que me importa es que me hace feliz. Si él sufre allá él, si no quiere
llorar no es mi responsabilidad. Yo solo quiero ser feliz.-
Esta es la historia del hombre
que desde que tenía menoría hasta que murió jamás dejo de ser feliz. El Hombre-feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario